
-Prometo, para la próxima, contarte algo más de Selina y Lindaria, te dije la vez anterior. También que hablaríamos de mi doble Eugenio H.. Y, con motivo de las fiestas de la Salud, te recité unos versos que escribí en el año 1933 y que ilustré con un dibujo del El Tamborilero, rodeado de chiquillos, bailando el típico Viva Bartolo.-
-Está claro que deseas seguir hablando, ni siquiera has dejado que termine. Seguro que entre los lectores de hoy figuran muchos que nos leyeron ayer, pero habrá otros que no y que por eso no entiendan o que crean que no es cierto cuanto decimos aqui, o que piensen que me lo estoy inventando... porque no saben que aquí te has quedado para siempre o que creen que no estás entre nosotros, en tu casa, tu casa-museo, en tu barrio de Santa Catalina, en El Pilarito, y que sigues paseando por los alrededores de Fregenal, por la carretera de Higuera hasta la Huerta de las Madronas y hasta el Olivar de tía Laureana, más allá de El Pilón, el Olivar de la Cuesta de El Alamo y El Alicar...
-Sí que nos entenderán. Creo que está más que claro y que a buen entendedor... Permite antes de referirme a lo que te había prometido, que te cuente algo sobre los colores. Es lo que tengo siempre entre las manos y he leído últimamente que Delacroix tomaba al azar un color de su paleta -un matiz inefablemente violeta- arrojaba ese color en cualquier parte del lienzo, ya fuera para la mayor claridad como para la sombra más profunda, de suerte que de ese lodo conseguía sacar un color que resplandecía como la luz o se tornaba mudo como una profunda sombra.
-En los fondos de tus cuadros se pueden admirar claramente, y se adivinan por sus tonalidades, el alba en unos o los crepúsculos vespertinos en otros. ¿Qué me dices de los colores según los momentos del día?
-Hombre, qué voy a decirte, que me ilusionan los atardeceres cuando el sol se pone por la Sierra de San Cristobal y cuando -de tanto tirar del sol los portugueses- se esconde más adelante por por los llanos de Pedro-Gómez. Qué bellos los rosas diluidos en celestes y amarillos verdosos de estos cielos frexnenses. Y qué efectos más gratos, los de la luz, por las tardes, de cielo extraño morado y terroso, naranja a ramalazos, sobre el terreno con árboles verdinegros, casas blancas, tierras planas, con variedades... Y cómo se refleja por las mañanas, igual que en un espejo, el cielo con nubes rosas y azules en las tranquilas y serenas aguas de la Albuera... CONTINUARÁ